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Camino y Augurio

 

Hubo una vez, en el primer tiempo del mundo, el primer varón y la primera mujer. Dicen también que hubo una caída, una pérdida del estado puro de las cosas.  La arena del tiempo fue creada a partir de esa caída, el dolor, el sufrimiento y la pena . También, en ese momento nacieron la sonrisa y los sueños. Fue así que esos elementos junto al discernimiento, la reflexión y el anhelo por la verdad, conformaron la condición humana. 

Las diversas culturas que habitaron y habitan la tierra trataron de dar respuestas a las inquietudes respecto del hombre, el universo, la vida y la muerte. Apoyados en las facultades por medio de las cuales el ser se expresa, el hombre se aventuró a interrogantes que lo ayudaran a él y a las generaciones posteriores a crecer y madurar.

 

Uno de los primeros atisbos surgió a través de los  griegos. Buscadores incansables del conocimiento, fueron tras palabras que oficiaran de ilaciones que permitiesen volver a ligar – de algún modo – la dimensión material con lo sutil de lo humano. Así, los mitos han sido un territorio propicio para narrar la aventura del devenir de la humanidad. A través del mito de Pandora, Grecia aspiró a explicar la mixtura que abriga la naturaleza de los seres humanos.

 

El mito cuenta que Pandora fue la primera mujer. Creada por los dioses y obsequiada a Epimeteo –  quien la tomó por esposa – era dueña de una belleza sin par, dulzura, candor y dueña, además, de un impulso singular: la curiosidad. Zeus le envió a la pareja como obsequio de bodas, una vasija cuya condición era  que no debía ser abierta. Respondiendo al llamado de la curiosidad (puesto en su corazón por los dioses), Pandora la destapó y todos los bienes que en ella estaban guardados se escaparon volviendo a la mansión de las deidades. Inmediatamente Pandora intentó cerrarla quedando, en el fondo de ese recipiente, la esperanza. 

 

Con ese relato inicio mis palabras para reintegrar algunas ideas sostenidas durante este año que considero valiosas para ser vertidas en este instante bisagra. Llamo de este modo a esta ocasión ya que destacar que “este curso finaliza” es sólo reconocer un aspecto y olvidarnos de otro. El peldaño que continúa, para quienes así lo decidan, tiene mucho que ver con el día de hoy. Tiene que ver con cómo lo aquí vivido, lo aquí aprendido, madurará en cada uno, en cómo será transmitido a otros y con qué intensidad germinará en otras miradas llenas de asombro o de interrogantes como las que ocuparon esta sala desde el primer día de clases.

 

Entonces, les decía, este hilo que pretendo extender desde aquella primera formulación hasta la actualidad, intenta exhibir el tránsito del calendario sobre esta tierra donde los seres humanos como sociedad fuimos desplegando habilidades, conquistando al mundo, desarrollando más y mejores modos de vivir, al mismo tiempo que fuimos hallando – también –  más y mejores modos de perjudicarnos con mayor precisión.  Ponerse de acuerdo, (acordar: con el corazón), es un trabajo que día a día debe ser puesto en marcha, que cotidianamente es vivencia. 

Las fórmulas que se edificaron para intentar convivir en armonía (para intentar rescatar ese estado puro de las cosas) han llevado mucho tiempo y esfuerzo; es decir, han requerido – al mismo tiempo que una labor continua –  la presencia de un compás de espera que va desde el reconocimiento de la necesidad de su expresión hasta dar con el punto de encuentro de realización de lo posible. 

La historia deja constancia de cuántos han ofrendado hasta  su vida misma intentando transmitir el mensaje de que todos los seres humanos somos semejantes, que las diferencias de raza, edad, linaje, credo, idioma, cultura, género sólo hacen referencia a la belleza y a la riqueza de la naturaleza humana y ninguno de ellos son signos de superioridad o inferioridad de unos por sobre otros.

 

Este compás de espera al que hago alusión  es la clave a la que deseo remitirlos.

 

Hoy, aquí, se inicia un intervalo donde – es mi anhelo –  sea permitida recobrar la idea inicial de este escrito, esta es que contamos con la esperanza como instrumento para plasmar la evidencia de que es practicable la igualdad, la libertad y la fraternidad entre los hombres. 

 

Un espacio  de tiempo que abriga una espera esperanzada en la realización de la utopía posible. Con manos como cuencos que alimenten los sueños, con brazos como cunas que arrullen los anhelos de un mundo mejor, con miradas como caricias que consuelen, con palabras como puentes que unan y defiendan y soporten y se alíen a la vida transformando la oscuridad en la luz que ella anida.  

Es en la espera esperanzada dónde se hace factible conciliar el tiempo necesario para gestar el cambio. Un cambio que posibilite lo posible, que habilite el reconocimiento de esa fuerza/impulso que es la esperanza como uno de los rostros del amor, de la solidaridad, de la confianza y del respeto. Un cambio que nos guíe de regreso hacia lo mejor de los seres humanos, que es sabernos cada uno parte, chispa del Sueño de la Vida. Porque la  Vida soñó, y comenzó su Manifestación.

 

Es por esto que deseo dejarles, como palabras nuevas para el camino, el eco de  un pensamiento que los invite a vivir en la toma de conciencia acerca de que nuestra casa es el universo  donde el otro no es un extraño o un enemigo sino un igual y en la cual la vida es un derecho para todos quienes accedan a venir a este mundo.

 

Comparto así, esto que he rescatado durante este intenso año de trabajo: la importancia de reavivar la llama de la esperanza que es la fuerza que nos permitirá sostener el mañana, aliviar el dolor de las heridas del pasado y propiciar la sonrisa en el presente que es un siendo, que es un viviendo, que es un amando.

 


Palabras de Viviana Demaría de fin de Curso




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