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Un chileno, una vergüenza ajena y Sarmiento 

El Ministro plenipotenciario argentino, Felipe Arana, recibe de parte del ex Presidente de la República de Chile -General Francisco Pinto- una misiva que declara “Seguimos con el más profundo interés las aventuras de la guerra contra Buenos Aires, porque esperamos que tarde o temprano se aplicarán a todos los Estados de América los mismos principios que ha invocado la intervención para crearse gobiernos esclavos que pongan al país a merced de la Inglaterra y de la Francia. Así es que todos los chilenos nos avergonzamos de que haya en Chile dos periódicos que defiendan la legalidad de la traición a su país, y Ud. sabe quiénes son sus redactores”.


Los periódicos eran “El Progreso” y “La Crónica”. Entre los redactores de referencia, se encontraba el principal responsable: Domingo F. Sarmiento. La traición al país, a la que se refería Pinto, es parte de un suceso que conforma lo que hoy se celebra en el “Día de la Soberanía Nacional”: la referencia a la Batalla de la Vuelta de Obligado, que libró Argentina contra las fuerzas anglo-francesas. La vergüenza ajena, está fundada en la posición favorable de Domingo F. Sarmiento tanto al bloqueo impuesto por parte de la escuadra anglo-francesa como a las acciones militares de dos potencias extranjeras contra nuestro país. En ese momento, Sarmiento había adquirido la ciudadanía chilena.


Un inglés, una bandera y Sarmiento


El Almirante J. B. Sullivan - quien fuera en oportunidad del bloqueo, jefe de las fuerzas inglesas - entregó al consulado argentino en Londres una bandera argentina tomada en el combate contra nuestros soldados, con una carta en la que, entre otros conceptos, expresaba:


“Quiero restituir al coronel Rodríguez, si vive, o al Regimiento de Patricios de Buenos Aires, si aún existe, la bandera bajo la cual y en la noble defensa de su Patria, cayeron tantos de los que en aquella época lo componían”.


Sobre esa misma bandera, Sarmiento dirá “Ese pendón negro con sus gorros sangrientos es, por fortuna nuestra, el que recuerda la ruptura de la cadena con que Rosas intentó amarrar la libre navegación de los ríos”. Lo dijo como Presidente de la Nación al inaugurar el monumento a Belgrano en claro repudio a la defensa de la soberanía nacional.


Un francés, una espada y Sarmiento


El capitán de corbeta Hipólito Daguenet -comandante de la escuadra francesa- reintegra las espadas a los oficiales argentinos  luego de vencerlos en el combate de la Isla Martín García.  El jefe francés en una nota enviada a Rosas el 14 de octubre de 1838, le expresa su decisión "...en honor a la valentía que han mostrado, y por la increíble actividad y los talentos militares del bravo Coronel Costa".


Sobre la misma espada del héroe de Martín García, dirá Sarmiento: “Como trofeo del fusilamiento nos queda la ruin y mohosa espada de Costa. El carnaval ha comenzado”. Sarmiento era Inspector General de Escuelas y se entusiasmaba así con la muerte por fusilamiento sin juicio del Coronel Gerónimo Costa.


Un argentino, una traición a la Patria y Sarmiento


El 21 de setiembre de 1843 una expedición militar en nombre del gobierno de Chile, tomó posesión del Estrecho de Magallanes y tierras adyacentes. Se ejecutaba así el anhelo de quien más incitó, instigó, promovió y legitimó la usurpación de dicho territorio nacional. Su pluma –esa que Segundino Navarro exalta en el himno a Sarmiento- había conminado al gobierno chileno a “dar el primer paso, que es mandar al Estrecho algunas compañías de soldados" (ya que) “Para Chile basta decir quiero, y el Estrecho de Magallanes se convertirá en un foco de comercio y civilización".


La “Comisión Argentina” que lo tiene por el miembro más distinguido (aunque ya ha renunciado a su nacionalidad y ha asumido la chilena -“Chile es nuestra Patria querida, para Chile debemos vivir”, supo decir) se empeña en seguir descuartizando su cuna. "Quedaría por saber aún, si el título de erección del Virreinato de Buenos Aires expresa que las tierras del Sud de Mendoza y poseídas aún hoy por los chilenos entraron en la demarcación del virreinato, que a no hacerlo, Chile pudiera reclamar todo el territorio que media entre Magallanes y las provincias de Cuyo". Su prédica  induce a Chile a reclamar para sí, toda la Patagonia. Su conspiración no terminará allí. Es el inspirador de las intrigas para que San Luis, Mendoza, San Juan y La Rioja fueran anexadas por “su” Chile.


A tal punto llegó su compromiso con aquella “otra patria” que los funcionarios chilenos no sólo rechazaron de cuajo tales delirios, sino que incluso informaron a Rosas de la conducta repugnante de este deshonroso enemigo y no quedando otro modo de terminar con sus prédicas, construyeron una estrategia donde se le solicitó la realización de estudios sobre los sistemas educativos en Estados Unidos y Europa. Modo que encontró el gobierno chileno de quitárselo de encima y no sufrir más vergüenza por parte de este traidor.


Bartolomé Mitre, denuncia en el diario La Nación el delito más abominable contra la Patria y nombra a un culpable: "…Ud. ha sostenido en Chile contra su Patria los pretendidos derechos de un país extranjero para despojarla de su territorio… No creo que haya ningún hombre, cualquiera sea su nacionalidad, que intente justificar al señor Sarmiento, pues, hasta hoy todos los pueblos del mundo han condenado del modo más terrible al que atenta contra la integridad del territorio de su país en beneficio de un gobierno extranjero… Sarmiento ha sido el abogado de un gobierno extranjero contra su propio país.  El ha sugerido, ha propagado y ha hecho triunfar la idea de hacer despojar a la República Argentina de su territorio.  El inició en la prensa la tarea de probar que no pertenecían a la República Argentina, sino a Chile, los territorios de la Patagonia".


El traidor que había logrado escandalizar hasta el propio Mitre, era Sarmiento que en ese momento se aprestaba a asumir el más alto cargo de nuestra nación.


Todas y cada una de las citas de Sarmiento que conforman este breve ensayo, están en sus propios escritos. Nada, absolutamente nada, ha sido tergiversado. Su obra delata al hijo renegado que tuvo la Ilustración en la época que sucede a la independencia. La nación –a la cual repudió- la quiso fundar borrando todo vestigio de sus padres fundadores de quienes reprochó el bronce: “Belgrano, general sin dotes de genio militar”, San Martín “Ha hecho un gran daño a nuestra causa con sus desconfianzas contra lo extranjero”. Para Sarmiento, hay poco que esperar del país del que habla, y quizá nada que valga la pena salvar; todo debía ser destruido en aras de su brutal utopía.

Padre del aula  

Los hitos nos permiten instalarnos en un punto, detener un instante el discurrir del tiempo y plantear una ficción de perspectiva que nos habilita a pensarnos en función de un segmento. En este caso, desde 1810 hasta 2010. Y así jugamos a que transitamos hacia el tricentenario y que todas estas significaciones imaginarias sociales se relanzan dándonos un renovado permiso para fundar una nueva subjetividad: al ser colectiva, una nueva argentinidad, si se nos permite.

Entonces, los nombres ideales, los bronces eternos, las imágenes enormes de los hombres de la patria, adquieren una nueva dimensión. Al verlos en esta nueva mensura del tiempo y el espacio, algunas figuras se agigantan de modo indiscutible y otras se desgranan de modo irreversible.

En este sentido, envueltos en el aura del bicentenario, nos debemos la resignificación de presencias como la de Sarmiento en la historia de nuestra nación.

Dentro del espectro que nos permite una ingerencia humana, la narrativa de historia del lugar donde se ha nacido, es uno de esos pocos espacios vitales que nos permite la tarea de colectiva ungir a quiénes consideremos valiosos y significativos como padres y madres de la patria.

Porque abrimos los ojos ante los acontecimientos y los analizamos. Porque no los cerramos al crecimiento que hemos adquirido como sociedad y al igual que los hijos que ya dejan atrás la niñez, comenzamos a observar a nuestros padres con una mirada que los despoja de la mítica todopoderosa de antaño, y advertimos sus contradicciones y sus traspiés. Atrevernos a interpelar a estos bronces nos libera de sostener discursos crueles que, sin advertirlo concientemente, nos sume en un lugar que alimenta la discriminación y los aspectos más sectarios y desconsiderados respecto del otro.

Partimos de la base que aquella premisa vigente en los noventa de “humanizar a los próceres” (donde la cuestión era poner en primer plano la orientación sexual de uno o los vicios de otro) no es  lo que nos inspira. Por el contrario. Es necesaria una porción humanidad necesaria para identificarse y otra porción de heroicidad que habilite la admiración, esa es la fórmula necesaria para construir los grandes relatos donde sostener la narrativa identitaria de la argentinidad.

Ahora bien, aquel que ha despreciado a los integrantes de su nación, que ha sesgado con crueldad la vida de los hermanos latinoamericanos, que ha descendido a la categoría de animales de corral a los niños... en definitiva, quién ha realizado una taxonomía racista de la condición humana y al mismo tiempo ha ocupado el más alto cargos de la nación, no ha pasado inocentemente por la historia. Ha dejado una huella indeleble que al día de hoy sentimos sus consecuencias.

Seres así, no merecen un espacio en la narrativa heroica de la historia argentina.

Porque lo hemos dicho hasta el cansancio, lo hemos dicho y repetido a fin de que se inscriba en el tiempo y en los corazones de las nuevas generaciones: somos sueños. Los sueños de los generosos padres y madres de la patria. De eso está hecha nuestra subjetividad. Subjetividad que entró en tensión en muchos momentos históricos porque intentó ser rasgada por discursos tiránicos que pretendían expulsar a los que siempre propugnaron la vigencia de los ideales revolucionarios de mayo.

En ellos está la fuerza del cambio y de la progresión hacia una vida más digna, más igualitaria y más inclusiva para todos.

Entre esos grandes relatos de la patria, Sarmiento, no tiene nada que hacer. Y por ello no podemos replicar, generación tras generación, su historia tergiversada y edulcorada a los niños que ingresan al sistema educativo del estado.

Padre del Aula podría ser tranquilamente Belgrano, que bien cierto es, no fundó ninguna escuela, pero cuando tuvo un peso en el bolsillo lo primero que pensó fue en destinarlo para hacer escuelas. Para educar. Es decir, la educación vivía en su interior como potencia cierta de liberación de las ataduras del pensamiento y el corazón.

Entonces, alguien como Sarmiento que hizo todo lo posible por entregar parte de nuestro territorio nacional, que se alegró por el bloqueo que nos realizara potencias invasoras (que con el paso de los siglos demostraron que jamás se resignarían con nosotros), que despreció a las mujeres y a los niños, que negó su origen, que censuró a quien pensara distinto, que pasó por la espada –  uniéndose a una guerra fraticida –  al pueblo pujante y vital como el paraguayo, que renegó de su paternidad y del cielo que lo vio nacer, no merece ser puesto como ejemplo en las escuelas argentinas.

Así como nuestra Presidenta llevó adelante el acto de desagravio y pedido de perdón hacia el pueblo paraguayo y la devolución del sable al gobierno de Bolivia y la ascensión al cargo de Generala del Ejército Argentino a la gran Juan Azurduy, le queda por delante revisar el lugar que queremos que ocupe este hombre que nos ha humillado frente al mundo entero y no se ha hecho, bajo ningún concepto, acreedor de la dignidad de ser llamado Padre.

 

 




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