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Azul un ala
El exilio de la Bandera de la Patria
 
Por José Figueroa y Viviana Demaría
 
 
El Museo es un edificio colonial universitario perteneciente a los jesuitas; se encuentra en Sucre –Bolivia- y se lo conoce por el nombre de “Casa de la Libertad”. Lleva ese nombre porque en él se graduaron como “doctores de Charcas” los principales protagonistas de las revoluciones de la independencia de América del Sur. También porque en su recinto se reunió la asamblea de diputados convocada por el Mariscal Sucre proclamándose la independencia del Alto Perú y porque allí además se sancionó la primera constitución de Bolivia, redactada por el Libertador Simón Bolívar. Gabriela Zamora -administradora del Museo- no duda en afirmar que la bandera que allí se encuentra, "es el tesoro más grande que tenemos aquí”...esa mujer no habla de su bandera -la bandera de Bolivia- sino de otra.
 
Contigua a la Sala de los Guerrilleros (En dicho ambiente se destaca la efigie de doña Juana Azurduy, quien a petición del General Belgranole fuera otorgado el grado de Teniente Coronela de Milicias) se halla la “Sala de la Bandera de Belgrano”. La enseña que se encuentra en una caja de cristal no es otra que aquella que el Abogado Don Manuel Belgrano, Comandante del Ejército del Norte, enarbolara por primera vez el 27 de febrero de 1812, a orillas del río Pasaje (actual Río Juramento).
 
En octubre de 1883 el Padre Martín Castro, cura párroco de Macha, recorría la capilla de Titiri, en el Altiplano boliviano. Dos cuadros de Santa Teresa, corroídos por el abandono, llamaron su atención. Los descolgó y arrancó los marcos para ver si la humedad había llegado a morder el lienzo. Sorprendido, advirtió que detrás de la tela había otra tela; cuando empezó a extenderla notó que la segunda tela estaba manchada de sangre y parecía todavía más vieja que la primera. Detrás de cada cuadro se ocultaba una bandera de dos metros de largo y más de un metro y medio de ancho. Ambas enseñas tenían manchas de humedad y sangre, y tajos de viejas batallas.
 
El Padre Castro volvió a doblarlas con prolijidad y las escondió de nuevo detrás de los retratos, sin dejar una sola pista. En 1885, dos años más tarde, la capilla tuvo un nuevo párroco: Primo Arr¡eta. Este descolgó los cuadros y lo hizo azuzado por la misma curiosidad, ya que el padre Castro no había violado su secreto. Cuando retiró los marcos, aparecieron las banderas. El Padre Arrieta las estudió con detenimiento: una de ellas tenía 2,34 por 1,56 metros. "Era de seda despulida, con desgarraduras interiores, sin desflecamientos, descolorida, con tres franjas horizontales, celeste, blanca, celeste, es decir una indudable bandera argentina." El tamaño de la otra, similar, pero su misterio mayor: "medía 2,25 por 1,60, en peor estado de conservación y sus tres franjas eran roja, celeste y roja".
 
Los capilleros, dos indios muy ancianos que nunca se habían apartado de la región, le dijeron al Padre Arrieta que muchos años atrás, en tiempos del Rey, siendo ellos niños, oyeron de una gran batalla en el paraje cercano de Charayvitú. En aquella pelea había tenido mucho que ver el que entonces era cura de Macha y a raíz de ello fue perseguido por los españoles, debiendo dejar la parroquia y refugiarse con los indios, donde pasó el resto de su vida, aventurándose muy de tarde en tarde, y disfrazado, a las poblaciones blancas.
 
La batalla de Ayohuma, era el hecho recordado por los indios. El Padre Arrieta encontró en los libros parroquiales el nombre de su predecesor: Juan de Dios Aranívar, quien firmó las novedades hasta el día anterior a la batalla. Después su rastro se esfumaba. Supo también que Aranívar había sido amigo del Comandante Belgrano, dándole refugio en su capilla. En 1896 el gobierno de Bolivia entregó la bandera celeste, blanca y celeste de Titiri al gobierno argentino. Hoy, esa bandera se encuentra en el Museo Histórico Nacional.
 
La otra bandera, la de los colores misteriosos, quedó en Bolivia y se conserva actualmente en la Casa de la Libertad. Años más tarde su enigma fue aclarado: no era roja, celeste y roja sino blanca, celeste y blanca; los colores del forro que la protegían detrás del cuadro se confundieron con la tela de la bandera original. Aquella bandera era la misma que Don Manuel izó a principios de 1812.
 
Con la nueva enseña celebró el 25 de Mayo en Jujuy, haciéndola bendecir por el sacerdote salteño, Dr. Juan Ignacio Gorriti bajo el lema "Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad". “Sí Juro” fue el grito que salió de las gargantas del pueblo de Jujuy y de los soldados patriotas. Antes, fue el mismo Comandante quién elevó una propuesta para usar un distintivo que identificara al ejército bajo su mando. Así nació también la escarapela nacional y esa nueva bandera llevó los mismos colores.
 
Pero el gobierno recibió la noticia del primer izamiento de la Bandera de la Patria con exacerbado rechazo. ¿Por qué? Belgrano –leal a la revolución de mayo- quería que se proclamara la independencia de España y la nueva bandera representaba el primer signo de la emancipación. El Triunvirato entendía que procediendo así se rompería violentamente con Inglaterra (dado que Inglaterra era aliada de España en las guerras contra Napoleón). Por aquel entonces había una palabra resistida: “independencia”, su sola mención fastidiaba a Bernardino Rivadavia y al  embajador ingles lord Strangford que opinaba a favor de sostener buenas relaciones políticas con la corona. Fue así que Rivadavia encabeza el primer procedimiento contrarrevolucionario: le ordena al Comandante Belgrano esconder nuestra primer bandera e izar en su lugar una roja y amarilla –la que usaba la flota española-.

Sin embargo, aquella primer albiceleste, tuvo oportunidad de flamear victoriosa al frente del ejército del Comandante en Jefe Belgrano, derrotando a los adversarios de la revolución en la memorable batalla deTucumánel 24 de Septiembre de 1812; triunfo que completo el 20 de Febrero del siguiente año en la de Salta, rindiendo al ejercito del general Pío Tristán. En esa última batalla participó el primer ejército de ponchos azules: “las damas salteñas”, al mando de la Capitana Martina Silva de Gurruchaga, que resultó una pieza clave para la victoria. Esta victoria salvó a la revolución de su crisis más grave al impedir a los realistas avanzar hacia el litoral para unir sus fuerzas con las de la guarnición española de Montevideo. El Estado no tuvo más remedio que premiar a Belgrano: un sable remachado en oro y $40.000 - que éste donó a la Nación para construir 4 escuelas - .
 
Pero Belgrano era astuto y en una carta enviada al General San Martín, le expresa su preocupación por el destino final de la insignia revolucionaria: Mi amigo: "... conserve la bandera que le dejé; enarbólela cuando todo el Ejército se forme; y no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala... "
 
Mientras San Martín organizaba el audaz cruce, tras esos pliegues “del color del cielo”, por otro camino iba el ejército revolucionario de Belgrano subiendo al Alto Perú. Pero fue derrotado en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma y al retirarse tras esta última acción de guerra, los revolucionarios argentinos, ocultaron la bandera para que no cayera en manos realistas. Casualmente fue encontrada setenta y dos años después.

Por participar en esa expedición la capitana María Remedios del Valle, que había formado parte de las filas del ejército de la revolución desde 1810, pasó a la historia como una “niña de Ayohuma”, finalizando sus días ignorada y mendigando por las calles de Buenos Aires. Uno de los pocos sobrevivientes de aquella batalla (que luego seguirá a San Martín hasta Perú), el cabo Antonio Ruiz, más conocido como “el Negro Falucho”, fue fusilado tiempo después por negarse a rendir honores al pabellón español.
 
Para Manuel Belgrano el final de sus días fue absolutamente indiferente. Sólo un periódico le dedicó un breve obituario aquel 20 de junio de 1820. Fue el “Despertador Teo-Filantrópico, Místico-Político”, editado por un sacerdote franciscano: Francisco de Paula Castañeda. Su –nuestra- bandera quedó para siempre olvidada en otro país. Contrasta la actitud de veneración que se le dispensa en Bolivia a la Bandera de la Patria con la apatía argentina.
 
Negada primero, ignorada después, nuestra insignia, aquella que Belgrano nos legó, el máximo pabellón revolucionario, tuvo un triste destino: dormir el sueño de la gloria en el exilio.



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